Coll Bardolet |
Tours (2001) |
Nos
encontramos en Tours, una hermosa población del sur de Francia,
donde este pintor catalán expone sus obras en el instituto Touraine
y en el Ayuntamiento de la vila. Una vila que encuentra entre sus
hijos ilustres a escritores como Balzac o Rableais y a pintores como
Fouquet y Clouet. Este acontecimiento no es la primera vez que
ocurre, pues en el año 37, en este mismo Instituto donde Coll
Bardolet aprendía francés, el director al conocer su obra le
propuso realizar su primera exposición individual en aquel momento,
igual que ahora, la muestra fue un éxito, consiguiendo vender los
treinta cuadros que presento en la exposición. El “pintor español”
que es así como lo conocián en el lugar, sorprendió y entusiasmó
a los habitantes de aquel pueblo, al que había llegado meses antes,
huyendo de los desastres de la guerra civil española. Durante este
mes de julio, Tours a vuelto a abrir sus puertas a aquel joven
pintor, pero esta vez el joven pintor es un reconocido artista de
fama internacional.
La
biografía de Coll Bardolet es la historia de un hombre que ha sido
fiel a sus principios. Nació en un pueblecito precioso de la zona de
(el Ripollès), Campdevànol (Girona), donde sus padres constituyeron
una familia sencilla: su padre trabajaba en una fábrica de papel y
su madre, combinaba sus tareas del hogar con los trabajos esporádicos
en una empresa. Durante esos primeros años de niñez empezó a
desarrollar su afición por el dibujo pues en el colegio, en cuanto
llegaba a sus manos un papel en blanco, dibujaba algo. Esta afición
se perfeccionó cuando al trasladarse la familia a la población
cercana de Vic, el adolescente se matriculó en la Escuela Municipal
de Dibujo. También durante aquellos años fue importante para su
formación, el padre Esteve Farés, pues este le enseño algo muy
importante para el resto de su vida: la humanidad. Su primer trabajo
fue el de aprendiz pintor decorador que le permitio pagarse dos
cursos en la escuela de Olot, la gran tradición paisajista. Durante
aquellos años, uno de los trabajos en que intervino fue el de la
decoración de la Catedral de Vic, pintada por Josep Mª Sert. El
maestro enviaba desde París las pinturas ya acabadas, pero al
colocarlas quedaban huecos en la pared que los oficiales -ya había
acabado su aprendizaje- rellenaban.
Cuando
Sert se trasladaba a Vic a supervisar las obras, era Coll Bardolet
quien le acompañaba.
Su
necesidad de conocimiento le llevó a realizar viajes esporádicos a
Barcelona, donde en la Sala Parés coincidió con sus admirados
Rusiñol y Mir.
Estamos
en el año 1936, momento en el que empieza la guerra civil y momento
en que los jóvenes tienen que empuñar un arma y atacar al contrario
político.
Coll
Bardolet se negó a eso y su amigo Andrés Colomer, le ayudo a salir
del país, llegando a la1
ciudad de Tours. Allí junto con seis compañeros se refugiaron en un
edificio en ruinas acomodado y comieron gracias a la beneficencia
municipal. Asistió a la Escuela de Bellas Artes y al Instituto
Touraine para aprender francés, llegando el acontecimiento que hemos
mencionado al principio del texto: su gran éxito en la exposición
que organiza su director. En esta población residió un año durante
el cual aprendió conocimientos artísticos y sobre todo le permitió
abrir su mente hacia otra cultura, otra manera de pensar y ver el
mundo. En 1938 se trasladó a Bruselas a trabajar en una empresa que
dirigía su gran amigo Colomer. Asistiendo paralelamente a la
Academia de Bellas Artes, momento en el qque descubrió el cubismo,
el surrealismo y la obra pictórica de James Ensor, del que se
declaró gran admirador. Son años caracterizados por el
enriquecimiento cultural.
En
1939, al finalizar la contienda española Coll Bardolet, decidió
volver a España y residir en la ciudad que había dejado, atrás,
Vic, pero en esa ciudad fue denunciado y se trasladó a Barcelona,
donde cada día tenía que presentarse ante una especie de tribunal
de depuración. Acogido en casa de Pedro Bores, alguien le hablo de
Mallorca y así decidió marcharse a vivir a esa hermosa isla,
combinando sus estancias con Barcelona y Madrid, donde estudió un
curso de grabado, en la Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Por
fin se decidió vivir defínitivamente en Mallorca, donde conoció a
los grandes maestros, de los años cuarenta y ya instalados
definitivamente en la isla, como Anglada Camarasa, Francisco
Bernaveggi o Tito Cittadini. Pero no solo se codea co los grandes,
también se acerca y se relaciona con la gente del lugar, conociendo
su cultura y entrando a formar parte de ella. Explica Cesáreo
Rodríguez-Aguilera, autor de una de las numerosas biografías
escritas sobre el artista, que en las guiás turísticas aparece
“Aquí vivieron -refiri´endose a Valldemosa- el archiduque Luis
Salvador, Pilar Muntaner, Rubén Darío, el pintor Mir... Y aquí
vive el artista José Coll Bardolet, que ha sabido restituir todas
las gracias de las danzas mallorquinas...”. Coll Bardolet se
convierte en el pintor del folklore mallorquín, sus pinturas son
retazos de la vida de la isla que él observa y comprende,
representándolas con suma sencillez. Pero su obra no solo se queda
en esta isla, recorre el mundo en las diferentes exposiciones que ha
organizado en ciudades como Oslo, Ginebra, Zurich o Boston.
La
obra de este artista ha seguido una evolución muy lineal a lo largo
de los años. Partiendo siempre de principios figurativos -excepto
alguna investigación en el campo de la abstracción- se ha ido
enriqueciendo de la maestria y del buen hacer de Coll Bardolet. Con
un estilo muy cercano al impresionismo, que en algunos momentos ha
llegado a situarse en el expresionismo, existe una constante clara en
su evolución: el equilibrio de la composición, incluso en sus obras
más recientes en las que el artista ha llegado por propia evolución
a la abstracción pura. Sus últimas experiencias pictóricas se han
recogido en un libro, por lo de original de la propuesta:combinación
poética entre fotografía y pintura.
Obra
de pincelada vigorosa y materia generosa, destaca en ella, el
tratamiento de la luz y la infinidad de matices que consigue por
medio del color. Porque las telas figurativas de Coll Bardolet
presentan paisajes y escenas en que los objetos están indicados pero
no aparecen detallados, eso provoca que nos ofrezcan una sensación,
más que una descripción. Lo mismo ocurre con sus telas abstractas,
en la que las manchas de color van creando formas que producen una
sensación global. En definitiva, forma y color se unen para la pura
creación, al servicio de un artista libre y comprometido.
-
Mariés Begueria
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